miércoles, 29 de octubre de 2008

Cuando lo cotidiano se llena con vida,...




"Una cacerola gastada sobre un fogón dispara muchas cosas dentro de uno. Esas cosas no están en la cacerola, es sólo un pedazo de hierro demasiado usado, pero su óxido susurra una historia a nuestra memoria". Así ve la realidad Pancho Tolchinsky, un matemático mexicano, de padres argentinos y esposa colombiana que, siempre que puede, desde su casa en Barcelona, se escapa por el mundo para ver qué puede ofrecerle a la mirada tranquila de su cámara.
"No sé si mis fotos hablan sobre el mundo. Lo que sí sé es que dicen algo sobre nosotros, algo sobre cómo actuamos, sobre cómo el que está cerca no ve y el que está lejos sí", asegura este retratista de rincones que, a los 16 años, flirteando con la cámara de su hermana, descubrió lo que sucede cuando se encuadra la realidad de lo cotidiano. Desde entonces no ha dejado de robar pedazos al tiempo que le rodea.
Licenciado en matemáticas, este joven de 30 años se está especializando ahora en el campo de la inteligencia artificial. En la fotografía aprende de los que saben algo más que él. "No creo que fuera justo decir que soy autodidacta, en realidad tuve suerte. Cuando tenía alguna duda siempre había alguien que me decía: Prueba A y B y elige la que te guste más", comenta el mexicano evocando sus manidos matices de álgebra, también hermosos para él.
"En las matemáticas hay armonía, todo tiene su lugar. En mis fotografías ocurre lo mismo. Quizá busco la armonía tanto en un mundo como en el otro", afirma con el ruido de las calles de Barcelona de fondo, que no molesta, que puede verse, pensando azules y grises cuando se habla con él.
Sus instantes miran con colores intensos, con luces llenas de una fuerza pausada, que llega, y golpea, pero despacio y sin ruido. Una vaca tranquila, que tumbada rumia hierba y tiempo desecho por un clic repentino; enanos de jardín risueños, hablando de sus cosas tras el silencio de una ventana; plantas de flores amarillas que amenazan el sosiego de una raída manguera, ante una pared azul que hace tiempo que nadie cuida; o el telefonillo de una calle olvidada, extraviada entre las calles.
Esto es lo que nos ofrece Pancho Tolchinsky. Realidad vehemente que huye de quienes están demasiado ocupados para imaginarla. Para ella el mexicano se erige en errante justiciero que, blandiendo fábula y realidad a partes iguales, devuelve su lugar a las cosas demasiado comunes para conservarlo por sí mismas.
Fotógrafo y matemático alejado de lo común: "No soy un fotógrafo ortodoxo, y lo mismo me ocurre con las matemáticas. Soy muy intuitivo. A veces me pongo a hacer una foto a una taza, por ejemplo, y la gente me dice: '¿Qué haces?, pero si eso no es más que una taza'. Luego, cuando ven la fotografía, comprenden que era algo más que una taza", cuenta este contador de historias enamorado de las cosas pequeñas. "Cuando vas a casa de tu abuela con cinco años aquello te parece horrible. Cuando vas con 20 empiezas a ver cosas que te resultan agradables. Cuando vas con 30 es un lugar fascinante. Y lo mejor de todo es que tu abuela nunca se ha planteado el orden de todo aquello, eso es lo maravilloso".
Se trata de 17 instantáneas captadas entre 2002 y 2008, seis años en los que Tolchinsky ha recorrido países como Israel, Escocia o EEUU, mostrándolos con su especial forma de acariciar lo que se encuentra por el camino. En 15 de estas imágenes su esposa, la también artista Catalina Estrada, ha colaborado con sus ilustraciones, cincelando pájaros y flores irreales sobre ellas.
Sus imágenes, entre reales y ficticias, se exponen desde este miércoles, y hasta el próximo 27 de noviembre, en la Galería Ras de la Ciudad Condal.
"Mis fotos empujan del barro, de lo terrenal, hacia arriba, pero apenas nada. En cambio, ella las eleva. Juntarnos es como ir a casa y al país de las maravillas al mismo tiempo", explica el matemático-fotógrafo, espantado de los conceptos demasiado masticados que, se miren por donde se miren, ya no significan nada. Para él la fotografía no es un trabajo, sino un modo de vida.
"Los colores, su intensidad, los puntos de vista, los distintos encuadres permiten ir flotando un poco, sólo un poco, por encima de la realidad. Así, flotando, se puede ir más allá, mirar de forma distinta, para ser más libre", reclama Tolchinsky, el alumno aventajado que se subió al pupitre para ver lo que siempre había visto, pero con otra perspectiva, la de la libertad de las cosas que cuentan nuestra historia olvidada.
Las fotos de arriba estan hechas en Aberdeen (Escocia).

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