sábado, 31 de octubre de 2009

Las revistas científicas nacieron en el siglo XVII para certificar la autoría de los descubrimientos; hoy Internet y la feroz competencia las enfrentan a nuevos retos


¿Quién inventó el cálculo infinitesimal, Newton o Leibniz? El inglés siempre aseguró que había empezado a trabajar en ese instrumento clave de las Matemáticas en 1666, pero su primera referencia impresa no la hizo hasta 1693 y el desarrollo completo, hasta 1704. Para entonces, el alemán -que en el ínterin tuvo tiempo de husmear algunos manuscritos de su colega- ya había publicado una reseña empleando el cálculo, en 1684. Así que trescientos años después, la herida sigue abierta.
Esa controversia no tendría lugar hoy. Un Newton del siglo XXI no esperaría casi treinta años para dar a conocer al mundo un descubrimiento genial; correría a ponerlo negro sobre blanco en una revista científica. Con miles de copias impresas por todo el mundo o infinitas colgadas en la red, ningún competidor le disputaría el mérito.
Elena Corera, investigadora titular del CSIC y miembro del grupo Scimago, explica que la función principal de las revistas científicas es comunicar los resultados de los experimentos llevados a cabo de manera que el científico se asegure la propiedad intelectual de sus hallazgos.
Estas publicaciones tienen su origen en las sociedades científicas surgidas en el Renacimiento. Durante siglos, los investigadores comunicaban sus hallazgos a sus colegas por carta o en reuniones. Debido a la expansión del método experimental, «los científicos no daban abasto para leer o escribir tanta correspondencia y rescataron la aplicación de la prensa para comunicarse», señala Corera. Con unos meses de diferencia, en el año 1665 surgieron 'Journal de Sçavants', en París, y 'Philosophical Transactions of the Royal Society' en Londres, cada una dependiente de una academia nacional de las ciencias. Las dos existen todavía.
No hay que confundir las revistas científicas con las de divulgación científica. Las primeras son el canal formal de comunicación entre científicos. Las segundas publican contenidos para un público más amplio y no especializado.
Pero lo que más caracteriza a una revista científica es el 'peer review' o 'revisión por iguales', una institución que surgió en el siglo XVII pero se sistematizó mediado el XX, explica Emilio Delgado, profesor de Metodología de la Investigación en la Facultad de Comunicación y Documentación de la Universidad de Granada (UGR). Cuando un científico envía un artículo a una de estas publicaciones, el editor encarga a uno o varios investigadores de la misma especialidad que revisen ese texto. La función del 'igual' es determinar que el artículo «es original, relevante y riguroso y está bien escrito». Incluso puede proponer correcciones.
«La calidad de una revista depende tanto o más de los evaluadores que tiene como de los autores que publican en ella», asegura Evaristo Jiménez, profesor de Bibliometría en la misma facultad. En todo caso, unos y otros trabajan por el prestigio, y no por el dinero: actualmente las revistas dependen de sociedades científicas o de editoriales comerciales, pero no suelen pagar a sus autores -a veces les cobran- ni a sus revisores. Las publicaciones 'viven' de las suscripciones -que pagan universidades, centros de investigación, la industria o científicos particulares- y de la publicidad... las que pueden (sí las de Medicina, no las de Antropología, por poner un ejemplo).
En el mundo existen hoy en día decenas de miles de publicaciones científicas. ¿Cómo saber cuáles son las mejores? Hace unos cuarenta años el científico estadounidense Eugene Garfield sentó las bases de la Cienciometría o Ciencia de la Ciencia al establecer un sistema para medir el impacto de una publicación científica, recuerda Jiménez. Se trata, sencillamente, de dividir el número de veces que los artículos son citados en otras revistas entre el número de artículos publicados en un periodo de tiempo concreto (los dos años anteriores).
Eso dio lugar a un ranking de publicaciones y a una competencia feroz. La cabecera más citada del mundo en los últimos diez años es la 'New England Journal of Medicine', seguida de 'Cell' y de las dos revistas multidisciplinares más mencionadas por los medios de comunicación de masas, 'Science' y 'Nature', gracias a la intensa labor de difusión de sus gabinetes de prensa. El invento de Garfield tuvo una evolución inevitable: rankings de centros de investigación y rankings de científicos de carne y hueso, en función de sus citas. «Todo científico lleva un narciso dentro», admite Delgado. «Ya lo decía Ramón y Cajal -cita Jiménez-: 'Las cualidades indispensables del científico son: curiosidad intelectual, perseverancia, patriotismo y amor a la gloria'».
La comunicación no es la única función de las revistas científicas: en realidad, la publicación de artículos en esas cabeceras es el criterio por el que se miden los méritos de los científicos en todo el mundo. Es decir, cuantos más artículos publique un investigador en las mejores revistas -generales o de su especialidad- mejor es el científico.
En España, el sistema de evaluación científica -que en general es «bueno», según Delgado y Jiménez- favorece, sin embargo, a las revistas extranjeras: el hecho de que 'puntúe' más publicar fuera hace que las revistas españolas sean menos atractivas y, por tanto, concentren artículos menos relevantes. De hecho, sólo hay una cabecera española entre las más citadas del mundo en su campo y se hace en la Universidad de Granada: 'International Journal of Clinical and Health Psychology', que dirigen el profesor Juan Carlos Sierra y el catedrático Gualberto Buela-Casal.
La hegemonía anglosajona, recuerdan los profesores de la UGR y miembros del grupo EC3 (Evaluación de la Ciencia y de la Comunicación Científica), tiene una explicación lógica: Reino Unido cuenta con la tradición de las primeras sociedades científicas y Estados Unidos posee hoy los mejores centros de investigación del mundo.
Pero hay otra razón más sutil para ese dominio: el llamado 'Efecto Mateo'. Posiblemente el evangelista no pensaba en ciencia cuando lo dijo, en su 'Parábola de los talentos': «Al que más tiene más se le dará, y al que menos tiene, se le quitará para dárselo al que más tiene». Pero lo cierto es que en el mundo científico el fenómeno funciona a dos niveles: por un lado, las revistas tienden a publicar más a los más publicados -¿quién es el guapo que le pone un 'pero' a una eminencia de Harvard?-, pero también a citar más a los más citados. «A 'Nature' y 'Science' se les cita más veces porque son las más importantes... y porque salen en los telediarios», afirma Delgado. «El prestigio actúa como un elemento acelerador», agrega Jiménez.
En parte para suprimir los efectos perversos de Mateo, algunos editores prefieren el método de doble ciego en su 'peer review': es decir, no sólo el autor de un texto que aspira a su publicación no sabe quién lo revisará (método ciego), sino que el revisor también ignora quién firma el artículo que va a criticar. Así se evitan presiones, sean subliminales o 'superliminales'.
La revisión por iguales puede resultar exasperantemente lenta para un investigador que pelea con uñas y dientes por ser el primero en su campo, resalta Emilio Delgado. A veces, además, representa un muro de conservadurismo contra el que chocan las nuevas ideas, algo muy peligroso en ciencia. «Algunos grandes descubrimientos combaten el paradigma y echar abajo esos esquemas cuesta mucho trabajo», subraya. «Hay quien dice que la superación de paradigmas científicos se produce por extinción de la generación que los defendía», apostilla Evaristo Jiménez.
Elena Corera recuerda que Paul Lauterbur y Peter Mansfield obtuvieron en 2003 el Premio Nobel de Medicina después de que 'Nature' atendiera sus protestas contra el rechazo de los revisores y publicara su trabajo sobre resonancia magnética.
Por otro lado, la historia de la ciencia está plagada de fraudes. La presión del patrocinador, la necesidad de conseguir dinero, la competencia y el ansia de celebridad son las principales motivaciones que pueden llevar a un científico poco ético a tratar de 'colar' artículos falsos. «La publicación científica es una actividad humana realizada por humanos», recuerdan los especialistas.
Y también hay varias razones por las que las revistas, incluso las mejores, se dejan meter 'goles' de escándalo. Para Emilio Delgado y Evaristo Jiménez, la principal es que el 'peer review' está basado en la buena fe y los experimentos sólo se replican de forma excepcional, cuando sus resultados son «extraordinarios o aberrantes». «En la práctica, la lectura de las secciones metodológicas es lo más cerca que pasa un científico de la repetición del trabajo de un colega», recuerda Jiménez. Así pues, el objetivo de la revisión es detectar errores, pero no engaños. «Es más fácil publicar un trabajo falso que uno mediocre», concluye el profesor.

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