jueves, 23 de abril de 2009

Stephen Hawking, el cerebro del Universo




Casi todos los medios hablan estos días de Stephen Hawking, hasta aquéllos que prácticamente nunca prestan atención a la ciencia. No en vano, el físico británico es el científico más popular de finales del siglo XX y principios del XXI. Popular a pesar de lo críptico de su especialidad, la física teórica, y debido a su situación física: está postrado en una silla de ruedas desde hace más de cuarenta años a causa de una esclerosis lateral amiotrófica (ELA) y, tras perder en 1985 el habla a consecuencia de una traqueotomía urgente por una neumonía, su voz es la de un sintetizador con acento estadounidense. Es tan famoso que ha aparecido como él mismo en series como Los Simpsons y Star trek. La nueva generación.




Stephen William Hawking nació en Oxford el 8 de enero de 1942, tricentenario de la muerte de Galileo Galilei. Sus padres, un biólogo y una activista política, se habían trasladado allí desde Londres para que su primogénito llegara al mundo a salvo de los bombardeos nazis. La familia regresó a la capital británica cuando el pequeño tenía sólo dos semanas y, dos años después, una V 2 destrozó la casa de un vecino y dañó la suya cuando, por fortuna, la familia estaba fuera. En 1950, se mudaron a St. Albans (Hertfordshire), donde a los 10 años Stephen ingresó en un colegio privado. Era el típico empollón.
"La casa de los Hawking era un lugar excéntrico en todos sus aspectos, limpia pero atestada de libros, cuadros, muebles antiguos y objetos extraños reunidos de las más diversas partes del mundo", escriben Michael White y John Gribbin en Stephen Hawking. Una vida para la ciencia (1992). Quienes les conocían los consideraban unos "marisabidillos". Como todo niño, pasó por diferentes etapas: fue un apasionado de los juegos de tablero, después dedicó un tiempo al aeromodelismo y la electrónica -con resultados, generalmente, desastrosos-, y también tuvo su época mística y religiosa. Esta última tendencia sigue presente de alguna manera en
Historia del tiempo (1988), el libro que le encumbró a la fama y le resolvió la vida, Como acertadamente destacó en su prólogo Carl Sagan, además de hablar de física, esta obra trata también "acerca de Dios… o quizás acerca de la ausencia de Dios".


La razón arrinconó pronto a la religión en el cerebro del joven Hawking, quien se sintió seguidamente atraído por el ocultismo. Con sus amigos, hizo los consabidos experimentos de percepción extrasensorial (PES) -intentando influir en el lanzamiento de un dado, por ejemplo-, pero el entusiasmo le duró poco. Tras asistir a una conferencia crítica sobre las pruebas parapsicológicas que se hacían entonces en la Universidad de Duke, en la que el ponente explicó que los resultados extraordinarios se esfumaban bajo los debidos controles experimentales, pasó página. "Llegó a la conclusión -indican White y Gribbin- de que sólo la gente que no ha desarrollado sus facultades analíticas más allá de las de un adolescente cree en cosas como la PES".
El primogénito de los Hawking quería estudiar Física, contraviniendo los deseos paternos de que cursara Medicina. "Tenía la sensación de que la biología era demasiado descriptiva, y no lo bastante fundamental. Quizás hubiera opinado de forma distinta si hubiera sabido de la biología molecular, pero todavía no era conocida a nivel general por aquel entonces", explicaría Hawking años después. Consiguió una beca en Oxford, pero su genialidad -resolvía el solo nueve problemas en el mismo tiempo que varios compañeros juntos solucionaban uno- le llevaba hacia el hastío cuando, para combatirlo, se enroló durante el primer año de carrera como timonel de un equipo de remo al que llevó más de una vez al desastre. "La mitad de las veces tuve la clara impresión de que él estaba sentado en la popa del bote con la cabeza en las estrellas, elaborando sus fórmulas matemáticas", asegura Norman Dix, su entrenador, en la biografía de White y Gribbin.
El empollón de St. Albans se convirtió en un joven universitario más, que estaba casi en permanente estado de juerga y trabajaba lo mínimo. Así que, cuando llegaron los exámenes finales del tercer año, sintió pánico. Los superó: sacó la nota máxima y en octubre de 1962 llegó a Cambridge para estudiar cosmología con
Fred Hoyle. No consiguió convertirse en discípulo del famoso científico, quien en 1949 había acuñado la expresión Big Bang para referirse despectivamente a la gran explosión que, según algunos físicos, había dado origen al Universo. Ése no fue el último revés académico que sufrió. Enseguida se dio cuenta de que en Oxford había vagueado más de la cuenta, y sus matemáticas no estaban a la altura que debían. Pero lo peor estaba por venir.
Hawking había tenido desde su llegada a Cambridge algunas dificultades en el habla, que su entorno había atribuído a una infección vírica. Durante las celebraciones navideñas de 1962 en casa de sus padres, tuvo problemas para servir el vino, ante lo cual se sometió a pruebas médicas. Le diagnosticaron ELA, el mal de Lou Gehrig, una enfermedad neurodegenerativa incurable que provoca una parálisis muscular progresiva hasta la muerte, y que no afecta al cerebro. Volvió a Cambridge y se sumió en una profunda depresión: era una condena a muerte a dos años vista. Entonces reapareció en su vida Jane Wilde, una joven estudiante de lenguas de St. Albans a la que había conocido en casa de sus padres durante la fiesta de Año Viejo. "Una de las sorprendentes ironías de la situación era que Stephen Hawking había decidido estudiar física teórica, uno de los pocos trabajos en los cuales su mente era la única auténtica herramienta que necesitaba", destacan White y Gribbin, quienes creen que la relación que entabló con la muchacha le sacó del pozo y le dio energías para enfrentarse a un doctorado que iba a llevarle un mínimo de tres años, más tiempo que el que le quedaba.


La ELA avanzó y, pronto, el universitario Hawking tuvo que apoyarse en un bastón y su habla se hizo casi ininteligible. Pero se volcó en el estudio. "Comencé a trabajar por primera vez en mi vida. Para mi sorpresa, descubrí que me gustaba". Gracias a eso y al apoyo de su tutor de tesis, Dennis William Sciama, se doctoró en 1966, un año después de casarse con Jane Wilde. Aunque ya no podía escribir, la enfermedad fue ralentizando su avance. El nacimiento en 1967 de su primer hijo, Robert, le enfrentó al reto de mantener una familia, así que empezó a dar clases en Cambridge, donde desde 1980 es titular de la cátedra Lucasiana, la misma que ocuparon Isaac Newton y Paul Dirac.
Hawking debe su renombre a sus contribuciones en los campos de la cosmología -el estudio de la historia y estructura del Universo- y de los
agujeros negros. Se ha dedicado desde los años 70 a intentar casar la teoría de la relatividad de Einstein con la mecánica cuántica, el mundo de lo muy grande y el de lo muy pequeño, en una teoría unificada. En 1974, probó teóricamente que los agujeros negros no lo son tanto y que emiten partículas subatómicas, lo que se conoce como radiación de Hawking. Ha sugerido, a partir de las emisiones de rayos gamma, que tras el Big Bang se formaron muchos miniagujeros negros y, junto con Jim Hartle, ha propuesto un nuevo modelo de Universo que no tiene límites en el espacio-tiempo.
Ha escrito casi todo lo que se sabe sobre los agujeros negros, pero eso no le ha impedido apostar contra su existencia con su amigo y colega
Kip Thorne. Perdió la apuesta dos décadas después, y Thorne tuvo que pagarle cuatro años de suscripción a la revista satírica Private Eye. Si Hawking hubiera ganado, el trabajo de gran parte de se trabajo habría ido a la basura y, por si eso fuera poco habría tenido que pagar a su amigo una suscripción de un año a Penthouse. Más recientemente, se ha jugado 100 dólares a que no existe el bosón de Higgs, partícula elemental hipotética cuya detección es uno de los objetivos del Gran Colisionador de Hadrones (LHC). "Creo que será mucho más excitante si no encontramos al Higgs. Eso demostrará que algo está equivocado y que tendremos que volver a pensarlo", dijo en septiembre pasado.
El excéntrico profesor universitario que tiene en la puerta de su despacho un póster de Marylin se convirtió en una celebridad mundial tras la publicación en 1988 de Historia del tiempo, un libro sobre el origen y la historia del Cosmos del que se vendieron millones de ejemplares en todo el mundo. "La palabra Dios llena estas páginas. Hawking se embarca en una búsqueda de la respuesta a la famosa pregunta de Einstein sobre si Dios tuvo alguna probabilidad de elegir al crear el Universo. Hawking intenta, como él mismo señala, comprender el pensamiento de Dios. Y esto hace que sea totalmente inesperada la conclusión de su esfuerzo, al menos hasta ahora: un universo sin un borde espacial, sin principio ni final en el tiempo, y sin lugar para un Creador", escribió Sagan. "No es necesario invocar a dios para explicar el origen del Universo; las leyes de la ciencia son suficientes", reiteró hace un año Hawking, quien tampoco cree en los hombrecillos verdes: "En un universo infinito, tiene que haber vida en alguna parte. Pero no cerca de nuestro planeta, porque habríamos visto sus programas de televisión".

El éxito de Historia del tiempo ha permitido al científico no tener que preocuparse por un día a día complicado en el cual necesita de atención permanente. Ha recibido todos los honores posibles. Fue en 1974 el miembro más joven de la Sociedad Real, es miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, y en 1989 recibió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Se separó de su primera esposa, con la que tuvo tres hijos, en 1991. Cuatro años después se casó con Elaine Mason, su enfermera, ex mujer del diseñador del ordenador que le permite hablar y de la que se divorció de 2006.


El 26 de abril de 2007, experimentó en Cabo Cañaveral la ingravidez en el Cometa del Vómito, un Boeing 747 que realiza vuelos parabólicos para el adiestramiento de astronautas. Nunca antes un cuadrapléjico había vivido una experiencia así. "Le levantamos del suelo [del avión], le giramos para que mirara a las cámaras, y después le ayudamos a dar varias vueltas", recordaba Peter Diamandis, consejero delegado de la empresa propietaria de aparato. Hawking se lo pasó en grande "¡Fue increíble!", admitió tras el vuelo a través de su sintetizador de voz. "Quiero además despertar el interés de la opinión pública por el espacio. Un vuelo en gravedad cero es el primer paso hacia los viajes espaciales. La vida en la Tierra está en un creciente riesgo de ser destruida por un desastre, como el calentamiento de la atmósfera, una guerra atómica, un virus modificado por medio de la ingeniería genética u otros factores, y no creo que la especie humana tenga futuro a menos que salga al espacio".
Sus logros son una prueba del inmenso poder del cerebro humano. Carl Sagan dijo una vez que "somos la manera del Cosmos de conocerse a sí mismo". Stephen Hawking es un caso límite de autoconsciencia cósmica.
Estaba Stephen Hawking en Estados Unidos de promoción de su película A brief history of time (Una breve historia del tiempo, 1991) cuando visitó el plató de Star trek. La nueva generación. "Pregunté si me dejaban sentarme en el sillón del capitán [de la Enterprise]. Es más cómodo y tiene más potencia que mi silla de ruedas", recordaba el físico hace unos años. Le sentaron en el sillón de Jean Luc Picard (Patrick Stewart) y, semanas después, llamó por teléfono a los productores. Quería salir en la serie. '"¿Cómo no?', dijimos", rememora el guionista Ronald D. Moore.
"Uno de los mejores momentos, quizás el mejor, de mi experiencia en Star trek fue compartir una escena con Stephen Hawking. Fue increíble. A veces la
TV Guide emite los cien mejores momentos en la historia de la televisión. Nunca incluyen esa escena. Para mí, nada puede compararse con Stephen Hawking en Star trek. Lo único comparable hubiera sido Einstein en Bonanza. Estar sentado en la misma mesa que el hombre más inteligente del planeta fue fenomenal", recuerda Brent Spinner, quien interpretaba a Data. Su personaje mantiene una partida de póquer en la sección holográfica de la nave estelar Enterprise con un engreído Isaac Newton, un Albert Einstein que confía para ganar en el principio de incertidumbre y Hawking.
Spinner se cruzó un año más tarde con el físico en los estudios de la Paramount, le saludó -"me alegro de volver a verle"-, y Hawking le respondió: "¿Dónde está mi dinero?". Y es que en la escena que habían compartido él ganaba al póquer a sus geniales contrincantes.

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