domingo, 7 de febrero de 2010

China no es país para niños



Cientos de miles de menores se educan en el país asiático a un ritmo que no podría soportar la mayoría de los adultos occidentales. El nivel de exigencia y la competitividad los ha convertido en «máquinas de estudiar»
Con 12 años recién cumplidos, Tien Tien parpadea sin parar. Cada veinte segundos, desliza la mano por su pelo cortado a cepillo. Esta tarde, susurra su madre, está más nervioso de lo habitual. El cansancio se va acumulando en su cuerpo descompensado de adolescente precoz: hace ya varios meses que prepara sin descanso una prueba que podría ser la más decisiva de su vida. Si bate a sus compañeros en el examen de ingreso, entrará en un instituto de prestigio, lo que a su vez le dará acceso a una universidad de prestigio, lo que a su vez le abrirá las puertas de una empresa de prestigio en la que, quién sabe, quizá algún día pueda aspirar a un salario con más de dos ceros. En definitiva, a un salario de prestigio. En el camino de perfección impuesto por sus padres, Tien Tien cumple de lunes a viernes un mismo horario. Después de la escuela estudia dos horas de Inglés y otras dos de Matemáticas con profesores privados. Cuando llega a casa, todavía tiene que hacer los deberes, así que muchos días acaba garabateando su cuaderno a las tres de la mañana, extenuado y angustiado imaginando que suena el despertador y aún no ha memorizado la lección.
Su padre sufre observando cómo crece cansado, pero al mismo tiempo está convencido de que es la única alternativa para asegurarle un futuro prometedor. «En su colegio han creado unas tutorías para preparar los exámenes de ingreso, así que tiene clase los sábados y los domingos también. Por supuesto, no son gratis. Después, cuando llega a casa, todavía le quedan los deberes y las clases de refuerzo de inglés, así que nunca descansa. Me da pena, pero si no lo mandamos a esas clases se quedará retrasado respecto a sus compañeros. ¿Cómo lo voy a permitir?», se pregunta este ingeniero, miembro de la incipiente clase media-alta china. Tien Tien le ha confesado a su profesora de inglés particular que el mejor momento del día es cuando por fin se marcha a dormir. ¿Y el peor? «Cuando me tengo que levantar. Estudiar es muy doloroso, pero es algo que tengo que hacer».
Aunque el caso de Tien Tien es extremo, cientos de miles de niños se educan en China a un ritmo que no podría soportar la mayoría de los adultos occidentales. Siguiendo un modelo que se extiende por varios países asiáticos, la educación es aquí la medida de todas las cosas, al menos hasta que se llega a la universidad. «Eso es lo más absurdo, que nuestro modelo social está determinado por las marcas de prestigio. Lo importante es entrar en una de las buenas universidades para conseguir un título de renombre pero, una vez dentro, lo que hagas da un poco igual», explica Wang Jin Tang, pedagogo y consultor de la Conferencia Política del Pueblo, una especie de consultoría de expertos que ofrece consejos al Gobierno. Las grandes empresas chinas, siguiendo la lógica de los entes públicos, valoran los títulos por encima de las capacidades. «Muchos jóvenes llegan a la universidad y ya han cumplido el mayor objetivo de su vida, así que no saben qué hacer, ni cómo comportarse. Se sienten completamente desorientados. Es un problema común y cada año se suicidan 20 ó 30 alumnos en Pekín sólo por eso, porque no soportan una vida en la que ya nadie los programa como a robots», añade Wang.



Suena el timbre en las aulas de primaria de la escuela Qian Men,situada en una zona pudiente de Pekín. Los niños recogen sus estuches en silencio mientras esperan que el profesor les autorice a salir. Esta escuela no es ni mucho menos de las más severas de la capital y su profesorado, que critica la enseñanza en los colegios demasiado duros, se vanagloria de dar a los niños un trato humano y no demasiado severo. También exhiben con orgullo una aplicación de internet que permite a los padres seguir diariamente los progresos de sus hijos en clase. «Hay un foro para hablar con el maestro y evitar que los niños no estén controlados. Algunos profesores tienen su blog y ponen las fotografías y vídeos de los mejores alumnos», explica orgullosa la directora, Yu Lining. «Normalmente son los padres quienes exigen severidad y disciplina. Hay niños que realmente no tienen infancia, pero sus padres son los principales responsables. Creen que si no estudian lo suficiente serán pobres e infelices. Hemos notado que algunos de los niños más problemáticos están marcados por sus padres, que les meten demasiada presión con cursos y actividades extraescolares, sin dejarles jugar ni divertirse con amigos», comenta Qian antes de hacer pasar a una selección de alumnos y alumnas modélicos escogidos a conciencia para la entrevista. Los cuatro niños responden al unísono a las preguntas más previsibles. «No, no jugamos nunca al ordenador o la videoconsola». «Sí, tenemos muchos amigos». «Tardamos sólo una hora en hacer los deberes cada día».



Según el profesor Wang, en la rigidez del modelo educativo chino hay mucho de cultural, mucho de demográfico y otro tanto de político. «En los países orientales la educación lo es todo. Nuestra mentalidad considera que lo más importante no es la felicidad inmediata o la alegría diaria. La satisfacción real es mejorar el nivel de vida, la reputación social y la riqueza familiar», expone el pedagogo. «En China, además, somos 1300 millones y la competencia es feroz. Todos saben que hay que hacer grandes sacrificios para no pasar la vida como un campesino».
La política educativa también aporta su granito de arena, con un sistema que en los últimos 30 años ha dejado de promocionar la igualdad horizontal para crear centros públicos de elite. Son universidades y escuelas de negocios de gran presupuesto y muchos medios a las que, en teoría, cualquier residente empadronado puede acceder mediante examen. El resultado es una «meritocracia» salvaje: algo así como si todos los estudiantes de instituto de Europa y América pudiesen competir para una plaza en Harvard, Oxford y Cambridge que no les costaría apenas dinero a sus padres.
La situación en el campo es todavía más dura, según explica en entrevista telefónica Chang Yan, pedagogo especializado en educación en áreas rurales de la Universidad de Gansu, una de las regiones más atrasadas de China. «En el campo muchos estudiantes tienen que librar una dura batalla entre ellos para conseguir una oportunidad de seguir estudiando. Sus familias les han enseñado que es la única manera de huir del destino agrícola que les espera si se quedan».
El modelo educativo chino está horneando una generación de estudiantes muy preparados y ultracompetitivos, pero los pedagogos advierten de que también genera frustración, mina la creatividad y provoca problemas mentales. «Los niños no tienen una infancia feliz y nunca la podrán recuperar. Están demasiado cansados para jugar y no desarrollan el libre pensamiento ni la creatividad a causa del exceso de disciplina», añade el profesor Wang. «Tendremos –remata el pedagogo– «una generación de robots amargados».
Aunque la educación china no programa a sus alumnos y alumnas para disentir de la corriente única, el país es lo suficientemente grande y variado como para que aparezcan brotes de rebeldía. Una de las «disidentes» más activas es «Mamá Tomate», Xu Ming, una señora que se hizo famosa actualizando un blog en el que cuenta cómo educa a su hijo. «Todo partió de mi propia experiencia. Mis padres me criaron para convertirme en la mejor del mundo, me presionaron día y noche. Lo que me pasó después es que fui a una buena universidad y ahora llevo 15 años aburriéndome en una oficina. No soy feliz y no quiero que mi hijo pase por lo mismo», cuenta la señora mientras su hijo, apodado «tomate» por sus amigos, juega a la videoconsola en su habitación. «Mi idea es no meterle grandes expectativas en la cabeza y no presionarlo demasiado. Mi prioridad es que sea feliz. Hay mucha gente que me insulta por ello, pero yo prefiero que estudie en una escuela normal y no en uno de esos centros donde convierten a los niños en locos ambiciosos».
El peso de la educación es uno de los grandes valores de las culturas asiáticas y está especialmente arraigado en China, el primer país del mundo donde se empezó a ascender de escala social a través del estudio. «Hace 2.000 años que en China existe un examen civil al que puede presentarse cualquiera y que da acceso a los mejores puestos gubernamentales. La idea de estudiar para pasar un examen que cambia tu vida está grabada en nuestra tradición», recuerda el profesor Wang. La alta cultura china siempre ha premiado el conocimiento, una actitud que sólo cambió durante los años de la revolución cultural maoísta. «Durante una década los estudiantes no iban a la escuela. Al acabar aquello, se activó una obsesión educativa todavía mayor, en la que la competición es la base», concluye Wang.

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